Indiferencia. ¿Quién puede sentir indiferencia cuando ha pasado por lo que yo? ¿Cómo pude pretender no sentir nada al verte? ¡¿A ti?! Tú, que plantaste mis sueños y los regaste durante su efímera existencia. Tú, que me abrazaste noches y me acariciaste con ternura. Tú, que… Tú, que empezaste con todo esto. Indiferencia. Me gustaría reírme, pero no puedo. Siento nostalgia, melancolía. Y aunque no tengo razones para ello, ya que nuestra conversación fue tranquila y sin tensiones, lo siento.
A pesar de resultar evidente que tras aquella suave caricia en mi pelo no iba a suceder nada -no podía suceder nada-. A pesar de que no iba a suceder por ninguna de las dos partes -un mutuo acuerdo sin palabras-: tu parte la desconozco, pero la mía está clara. No puedo repetir lo que tanto deseo sin recibir, ya no disculpas, pero al menos alguna explicación. Es muy difícil. ¡Qué razón llevaba cuando te dije la otra vez que sería la última! No sabía porqué, pero tenía un presentimiento, una corazonada. Y cuando mi alma -y la de cualquier mujer- tiene una corazonada, como aquella, me lamento, lloro y me despido, porque sé que por una razón u otra nunca más volveré a tenerte entre mis brazos, o yo no volveré a ceder para estar en los tuyos. Y mi corazonada tuvo razón. Las circunstancias se han puesto, como de costumbre, en mi contra.
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